No cabe duda que hay que apoyar y aplaudir a los experimentos gastronómicos que, con dificultad y esfuerzo, se mantienen vivos en ciudades balnearios donde la actividad culinaria es escasa fuera de las épocas estivales.
Este es el caso de Viña del Mar, que siendo una ciudad cosmopolita, bella, ordenada y 100% turística, tiene una oferta en restaurante variada, pero no necesariamente importante, lo que hace a veces que sus visitantes finalmente emigren hacia su ciudad colindante, Valparaíso, para saciar sus paladares.
Tratando de no caer en la misma rutina, visité hace pocos días la Trattoría y Ristorante Da’ Elena, ubicado en el corazón neurálgico de avenida San Martín.
Tras varios experimentos fallidos en la misma zona, que han visto restaurantes chilenos, de mariscos y pescados y hasta un engendro alemán, Da’ Elena cumple este verano nada menos que dos temporadas sin cerrar y con una afluencia decente de comensales.
Lugar y decoración: Su interior está delicadamente diseñado con luces direccionales que se proyectan sobre la caja del lugar. Arcos revestidos de ladrillo, exposiciones itinerantes de cuadros y una vista decente hacia la avenida 8 Norte, hacen del lugar algo acogedor. Infartante y vulgar resultó el hecho que como cualquier restaurant chileno, se vieran cajas de bebidas apiladas en el pasillo que da hacia el segundo piso, lo que denota falta de prolijidad o simplemente que no tienen espacio en su bodega.
Carta: Bastante variada. Buena oferta de mariscos, carnes, pastas y ensaladas. Sus precios son hasta un 20% más caros que restaurantes similares de Santiago.
Atención: Absolutamente desprolija y deficiente. Con 20 personas en el local sólo había dos mozos para atender. Vimos como con desesperación el dueño del lugar se esmeraba por solucionar importantes falencias que a la postre resultaron impresentables.
Nuestro pedido fue tomado como si un “sapo de micro” estuviera recibiendo instrucciones de un chofer apurado. El que no haya prestado atención y el hecho de hacer todo “a la carrera” terminó por demostrar que detalles importantes como el colocar decentemente los cubiertos y por la derecha del visitante, el ofrecer entremeses de la casa y el recomendar comidas especiales, quedaran relegados para restaurantes de clase ya que aquí, definitivamente nos sentimos como si estuviéramos de visita en una cocinería de mercado de abasto.
La comida: Para terminar con el martirio, pedimos de entrada “machas a la parmesana”. Sin ser nada fuera de lo común excepto que el marisco no estuvo sazonado ni menos previamente preparado, finalmente recibimos los moluscos sacados de su concha y con el queso derretido encima. Podría habernos quedado mejor si lo hubiéramos hecho en nuestra casa.
Posteriormente los platos de fondo fueron “ensalada de mariscos”, una combinación de camarones, locos, calamares y choritos de tarro. Plato generoso, sin ninguna gracia, con una presentación burda pero tremendamente efectivo y fresco. Estaba acompañado de salsa verde (cebolla y cilantro picado en aceite de oliva). Ni siquiera preguntaron si queríamos otros aderezos como salsa golf para camarones o mayonesa con limón para los locos.
Le siguió una “ensalada caprina” compuesto por queso de cabra, mozzarella, coliflor, brócoli, lechuga, recula, tomate y crutones. Lamentablemente la ensalada –también burdamente presentada- no contaba ni con coliflores, ni brócoli y para qué decir de la rúcula. Simplemente era un bol lleno de lechuga y tomates, que bien pudo haberlo hecho mejor mi señora en nuestra casa. Tuvimos que reclamar para que al menos nos explicaran el por qué de la falta. La respuesta fue también impresentable: “no estaban bonitas las verduras que fuimos a comprar en la mañana”.
Las pastas sin lugar a dudas fueron la gran desilusión. Los fettuccini con bolognesa resultaron ser cintas de sémola dura marca Luccheti recalentadas a baño maría con una salsa donde la pasta de zanahorias, la cebolla sin amortiguar y la carne de tercera categoría hacían recordar aquellos tallarines que te daban de comer los días martes en el asqueroso casino de tu colegio. Impresentable si consideramos que el plato costó cerca de los US$ 10.
Finalizamos con ravioles rellenos de ricota y espinaca con salsa nogada. Al menos la pasta se sentía hecha en casa o al menos estaba un poco más apetitosa y fresca que el fiasco de los fettuccini. Lamentablemente el relleno de ricota no tenía nada y la salsa de nueces perdió completa efectividad ya que los ravioles fueron cocidos y colados a la rápida. Su excesiva cantidad de agua que escurrió por el plato destruyó su sabor que pudo ser lo mejor del día.
De postre, quisimos suicidarnos con Pannacotta con salsa de arándanos. Su sabor mostraba trazas de la receta original aunque el agregado de maicena y la falta de colapés de gelatina convirtió el final en un flan sin consistencia y excesivamente azucarado.
Resumen: Una experiencia poco grata, precios relativamente elevados, una atención deficiente, desprolija, poco profesional aunque amable y una cocina absolutamente neófita, marcan una pauta de un restaurant que, si no enmienda el rumbo velozmente, terminará hundida en el baúl del olvido como sus antecesores
Calificación: 1 (de 1 a 5 tenedores)
Ficha: Da’ Elena Trattoría – Ristorante. 8 norte 323 esquina San Martín, Viña del Mar, Chile. Fono (32) 2681950