Es difícil hablar de un restaurant al cual visitas y que viene precedido que críticas positivas por casi toda la prensa especializada. Además si viene acompañada de una buena campaña de comunicaciones y si su cocina está liderada por un chef de renombre.
Oporto nació como un proyecto para sustituir al incomprendido y desaparecido California Creations, que se encontraba apostado en el mismo lugar, en pleno corazón del barrio El Golf de Santiago. Liderado por el chef Francisco Mandiola (ex Baobab y Cotè Fromage), el lugar rápidamente ganó adeptos, especialmente por su novedosa carta, hermosa ambientación y también por haber sido galardonado como uno de los “mejores restaurantes nuevos” de la revista Wikén de El Mercurio.
Precedido de toda la pompa, fuimos a conocerlo y someterlo a prueba cuando realmente es posible apreciar su calidad: un día de semana, a la hora de más afluencia, sin avisar y pasando como un comensal más. Y claro, respetando el derecho de muchos colegas que van a visitar los lugares anunciando su llegada, es más fácil salir de allí siendo bien atendido que haciéndose pasar por un paisano más… y por eso, este es el resultado.
Ambientación y lugar
Habiendo pasado casi un mes de la tragedia que sacudió a Chile, nos aventuramos un día de semana a eso de las 13 horas. El interior del lugar confirma lo que muchos ven desde afuera: bello, bien decorado, espacioso, con una barra atrayente. ¿Cómodo? Para nada. Lamentablemente las mesas centrales que poseen sillones (algo común en restaurantes lounge de Nueva York y que es usado como una moda acá) son sumamente incómodos. Los visitantes comienzan a hundirse en ellos con el pasar de los minutos y de hecho, resultan un verdadero fastidio al momento que los mozos quieren atender. Pasan por encima de tus invitados con platos y cuchillos ya que no hay forma de presentar el servicio por donde corresponde. Un desastre.
Como dato adicional, el día presentaba unos 28°C y en su interior fácilmente habían unos insoportables 30°C, ya que el sistema de aire acondicionado aún no era reparado.
Servicio
Rápido, eficiente, amable, profesional y dedicado. Se agradece que los mozos entiendan que su trabajo es correr y servir con gentileza, algo poco habitual en Chile, que se caracteriza por denostar y renegar de una cultura que nos diferencia con países desarrollados: el buen servicio.
La carta
Interesante, breve, audaz. Muy bien explicada, de lectura fácil y que ayuda al comensal a decir rápidamente. No se encuentran los típicos clichés de restaurant de alta alcurnia, que esconden un plato tradicional con palabras que sólo 15 o 30 personas entienden en Chile, porque viajan seguido a Europa. Se agradece.
La comida
Para picar: Decidimos por las “Entrañas Bravas”. Que se presentan con dos tipos de salsas y papas. La carne estaba cruda, algo pasada, sin aliño y su cantidad era por decirlo menos, escasa. Las papas estaban mal cocidas, sin sal y con un fuerte gusto a tierra lo que denota no sólo que se adquirieron sin mirar su tiempo de cosecha, sino que también, no se lavaron ni se dejaron secar adecuadamente. La experiencia fue compartida por todos: modesta apuntando para desilusionante.
Segundo, pedimos “Plateada de Wagyu”: que según la carta cuenta con “variedad de hongos, secos y caramelizados, ensalada de pallares y reducción de su cocción”. Resultado: la carne estaba absolutamente seca, la concentración típica del sabor fuerte y semigrasoso de la plateada se había evaporado. La variedad de hongos para ser honestos eran tres, los cuales habían sido salteados a la rápida en una reducción agridulce del inexistente caldo de la carne. Tal vez lo único delicioso del plato. Los pallares estaban mal cocidos (duros y harinosos en su centro) y con un sabor insoportablemente propio de este grano peruano. La tradición del Rimac siempre recomienda cocerlos y prepararlos unido a fuertes sabores que permitan realzarlos como acompañamiento. De hecho muchos aconsejan cocerlos con cuero de chancho o con tocino para que se impregnen de su sabor y luego saltearlos en mantequilla y vegetales. En este caso, su sabor no daba más que haber sido cocidos en agua: no fuimos capaces de comer todo el plato, a pesar de lo escuálida de la ración.
Junto a ello, solicitamos ensalada Capresse: gigante, relativamente presentada y alejada completamente de lo que debería ser una que se llame como tal.
Adicionalmente pedimos “congrio con habas en dos fases, láminas de zapallo y salsa de ostras”. Interesante, sabroso. Tres pequeños medallones perfectamente salteados, sabrosos y con un detalle de la salsa de ostras presentado al estilo molecular. Gran plato. Y también nos aventuramos con un “Rissoto a la Mancha”: arroz cocinado en caldo de crustáceos, espinaca y ruccula, machas, jaiba de profundidad, camarones y queso manchego. Sabroso, en su punto y abundante, tal vez lo más simple y eficaz de todo lo pedido.
El resultado
Sin mirar la fortuna del precio final de la boleta (base cuatro personas, cuatro platos, 2 bebestibles cada uno y un solo appetizer, casi $14.000 o US$ 25 por comensal), hay tres cosas que realmente, tanto a mis invitados como a mí nos molestaron de sobremanera:
Primero: Una carta y un estilo dictatorial: Un restaurant de autor, no importando el nivel de su obra y de su carta siempre tiene que ser flexible y modificable. No estamos en Times Square y tampoco Oporto es “el” restaurant donde uno debe pedir favores para ir a comer. Por lo mismo, el hecho que no existan alternativas que permitan mejorar, modificar o crear mejores platos a gusto del visitante es por decirlo menos, poco aceptable. ¿Por qué no poder cambiar los pallares de la Plateada de Wagyu por couscous salteados a la mantequilla? ¿Por qué no pedir que la lechuga de la ensalada Capresse no venga cortada en trozos o presentada a la medida del comensal? La respuesta de los mozos no me pareció: “no hay posibilidad, la carta es invariable”.
Segundo: Si bien es verdad que la atención es rápida y eficiente, la cocina no lo es. Para un plato para picar y cuatro platos de fondo, tuvimos que esperar casi una hora y media. Impresentable, especialmente si a la hora de la visita (13.30) el lugar estaba con la mitad de su capacidad.
Tercero: Posiblemente no tengamos el paladar muy fino, pero sí hay algo que estuvimos de acuerdo todos los que visitamos y almorzamos en el Oporto ese día: es que ni su fama, ni los platos, ni su sabor ni el resultado final están cerca de las excelentes críticas que le han precedido. La experiencia fue por decirlo menos, bastante mala y lo peor, a nadie le dieron ganas siquiera de pensar en volver, especialmente por el indudable divorcio entre lo ofrecido y el precio de la boleta.
¿Qué si lo recomiendo? Yo con toda seguridad le digo: NO
Ficha:
Chef: Francisco Mandiola
Calificación: 2 (de 1 a 5)
Ubicación: Isidora Goyenechea 3477, barrio El Golf, Las Condes, Santiago, Chile.
Fono: +56-2- 378-6412
Descuentos y convenios: no existen
Fecha de la visita: jueves 1 de abril de 2010
Website: http://www.restaurantoporto.cl